Entrevista publicada en el diario “Reforma”, México D.F., en ocasión de la realización del Taller de Juegos Narrativos en esa ciudad, Febrero 2008
PREGUNTA: ¿De qué manera escribir y leer relatos puede resultar terapéutico? ¿Cómo nos ayuda la ficción? ¿Por qué nos hace bien el escuchar e inventar historias?
DEMIÁN BUCAY: En mi opinión lo que sucede es que la ficción y las historias de cada uno no son tan distintas. André Gide decía que “la historia es una ficción que sucedió, mientras que la ficción es una historia que podía haber sucedido”. De alguna manera todos vivimos nuestras vidas de acuerdo a cómo nos la contamos a nosotros mismos. El mismo argumento puede contarse de muchas maneras distintas y suscitará distintas emociones. Por eso al trabajar con relatos estaremos trabajando con la misma sustancia con la que construimos nuestras vidas pero de un modo que ciertamente es más maleable. Estaremos aprendiendo a contar nuestra propia historia, tanto pasada como presente, de un modo distinto al que habitualmente lo hacemos. Y, al hacerlo, es posible que encontremos cierto alivio o que descubramos un camino que antes había permanecido oculto.
La narrativa puede ayudarnos tanto a través de la escritura como desde la escritura. La lectura nos permite identificarnos con lo que le sucede a tal o cual personaje mientras que la escritura nos permite poner afuera (mediante un mecanismos que se llama proyección) aspectos de los que no nos percatábamos para después poder verlos con claridad y hacernos cargo de ellos. Hay otros dos modos adicionales en que los relatos nos hacen bien: uno es el mero gozo de escuchar historias que, creo, viene de un interés por lo esencialmente humano (las historias tratan de lo que nos pasa a las personas); el otro es el regocijo que produce crear. Spinoza decía: “cuando el hombre comprueba su capacidad de crear, se alegra”.
P:¿Cómo se pueden curar las emociones a partir de la escritura?
DB: Lo mejor que puede suceder con una emoción es que consiga ser expresada. Y en ese sentido la escritura sin duda brinda un canal para que esto suceda, pues como modo de expresión es en extremo versátil y accesible.
P: ¿Cómo surgió su método? ¿Es el mismo que el que propone su padre o existe una aportación personal?
DB: Difícilmente lo llamaría un método, pues eso supondría una aplicación generaliza y sistematizada para determinado fin. También difícilmente, lo llamaría mío. Hay muchos profesionales que han utilizado la narrativa como parte de un proceso terapéutico y que han escrito sobre eso. Milton Erickson e Irvin Yalom, autor de “El día que Niestche lloró”, por mencionar sólo dos. Yo diría más bien que es una herramienta terapéutica que yo encuentro útil y que, como técnica, favorece el autoconocimiento y el crecimiento personal.
Respecto de cómo llegué yo a interesarme en esta herramienta creo que viene de una confluencia entre la pasión por la lectura que he tenido desde pequeño, de las incursiones como narrador de ficción que hice más adelante y de mi actividad como terapeuta. Supongo que es gracioso y hasta difícil de creer pero yo no me di cuenta de cuan cercana era esta actividad a la técnica que mi padre utiliza con los cuentos hasta que comencé a ponerla en práctica. Por supuesto, no niego que eso haya tenido cierta influencia, sería un necio si lo hiciera, sólo digo que yo no fui conciente de ella hasta más tarde. Es decir, yo no me dije: “le agregaré a los cuentos de mi padre el aspecto de la escritura”, lo que quizás hubiese sido muy meritorio, pero no fue como sucedió. Me parece más bien que, como resultado de un camino personal, desemboqué en un punto cercano al que arribó mi padre por su propio camino. De todos modos, este darme cuenta aunque tardío, me llenó de alegría.
P: ¿Es posible interpretar o identificar enfermedades mentales a partir de textos? Y si es así ¿En qué se fija? ¿Cuáles son los criterios para identificar algún trastorno?
DB: Seguramente, un ojo entrenado podría, en el caso de que existiese alguna patología mental grave, encontrar en un texto indicios de ella (especialmente a nivel de la gramática, no así del contenido). Pero, en todo caso, estaríamos aquí en el campo del psicodiagnóstico que no es a lo que apunta el taller. Lejos de eso, la idea es que la gente se sienta libre como para expresarse a través de la escritura sabiendo que sus textos no serán juzgados bajo ningún criterio, ni diagnóstico ni tampoco estético. El único sentido que tienen los textos que se producen en el taller es del valor de aprendizaje que tienen para aquel que los escribe y para los que lo escuchamos.
P: ¿Qué se enseña en sus talleres?
DB: Yo intento que aquellos que vengan a los talleres se lleven tres cosas. Primero: algún aprendizaje o descubrimiento sobre sí mismos. Segundo: una herramienta (en este caso la narrativa) que puedan utilizar ellos mismos para continuar en su camino de autoconocimiento y desarrollo personal. Y tercero: un momento agradable en compañía de otros con intereses compartidos. Si esas tres cosas suceden me doy por más que satisfecho.
P: ¿A qué tipo de personas están dirigidos? ¿A partir de qué edad se puede asistir? ¿Es necesario poseer conocimientos previos o técnicas de redacción?
DB: El taller está dirigido a cualquier persona, adultos o adolescentes, que tenga interés en explorar las posibilidades terapéuticas de la narrativa. No es necesario en absoluto tener ningún tipo de conocimientos ni experiencia previa en redacción ni literatura. De lo que se trata es de contar historias. Y eso, sabemos hacerlo todos. Lo hacemos cuando le comentamos a alguien de la última película que hemos visto, cuando contamos lo que le ocurrió a un amigo y también, por supuesto, cuando recapitulamos nuestra propia vida. El escritor polaco, Isaac Bashevis Singer, cuando le preguntaban por su oficio decía: “Yo cuento historias; de niño me llamaban mentiroso, ahora me llaman escritor”. Se trata de eso, nada más.
P: En el taller ¿usted propone el tema o el género del cuento?
DB: No. El contenido de los textos se deja en manos de los participantes. Lo que se propone es un modo de llegar a la palabra escrita, de producirla y de trabajar sobre ella, que tiene por objeto extraer aquello que pueda ayudar al darse cuenta de cada uno..
P: ¿Tiene el mismo significado escribir un cuento de hadas, que uno de terror o uno de ciencia ficción?
DB: Es una pregunta interesante. No creo que podamos decir qué significado tiene en general escribir un cuento de cada uno de esos géneros pero seguramente que si una persona escribe como metáfora de su vida un cuento de hadas no estará sintiéndose igual que aquella que lo escribe como un cuento de terror. Quizás fuese un ejercicio interesante proponerle al que escribió su vida como un cuento de hadas que lo haga como un cuento de terror y viceversa. Es probable que ambos descubrieran cosas.
P: ¿Podría decirme el título de sus libros y quién los edita?
DB: Mis primeras publicaciones fueron cuentos de ficción que se editaron en antologías de jóvenes escritores, La iniciación y Nuevas Narrativas de Editorial Clásica y Moderna. Desde hace varios años colaboro habitualmente escribiendo artículos con la revista española Mente Sana, de Editorial RBA. Próximamente se publicará el libro Mirar de Nuevo, a través de Editorial Océano en México y Editorial Del nuevo extremo en Argentina.
P: ¿Tiene algún cuento favorito? ¿Quién es su cuentista predilecto?
DB: Es difícil elegir uno pero, por alguna razón, hoy mencionaría a Javier Marías, el escritor español. Entre sus cuentos, uno de los que más me gusta es “Cuando fui mortal” que está en un libro de cuentos suyo que lleva el mismo nombre. Habla de un hombre que observa su vida desde un lugar alejado y la ve a una nueva luz. La prosa de Javier Marías es, a un tiempo, poderosa, provocativa y bella. Otro cuento que amo, quizás porque me lo contó uno de mis maestros, es el de “El traidor Mirval” que está entramado dentro de la novela de Rosa Montero “El corazón del tártaro”.
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